lunes 25 de septiembre de 2023 - Edición Nº362

Política | 9 sep 2023

Análisis

Alejandro Ippólito: “Las próximas elecciones nos definen como pueblo y veremos si prima la razón o la locura”

Periodista, investigador y docente de la cátedra de Análisis del Discurso de la FACSO; habló con OlavarríaHoy en un intento por desentrañar el escenario político y social después de unas elecciones Primarias que posicionaron a Javier Milei como ganador.


Por: Julieta Portillo

Excéntrico, arrebatado por momentos, sobreexcitado por otros, Javier Milei viene para romper todas las estructuras. Y lo hace desde una especie de espectáculo grotesco que pareciera atraer más que las ideas que propone: fueron poco más de 7 millones de argentinos que dieron fuerza a la idea libertaria que enuncia.

En un intento de desmarañar este sorprendente suceso aparece un concepto interesante para analizar un voto que parecería estar más guiado por las emociones que por la lógica de la razón: “un pueblo que quiere una Argentina sin pueblo”. Así lo planteó en un artículo que escribió el periodista, investigador y docente de la cátedra de Análisis del Discurso de la FACSO, Alejandro Ippólito para Contra Editorial.

Y en esta línea, aporta ahora su análisis para OlavarríaHoy. Plantea que el primer punto para desentrañar este contexto social y político es “comprender que la discusión política ha perdido espacio en el territorio mediático y por ende se corrió de la agenda pública gradualmente”.

Analiza que “incluso parece ser que la efervescencia juvenil participativa decayó por múltiples causas y dio lugar a una suerte de apatía, de nihilismo, de desencanto; que es responsabilidad de los referentes más que una decisión generacional. Hay espacios fundamentales que se han cedido, por acción o por desidia, y hoy lo que vemos con sobreactuado asombro, son los resultados de ese letargo, esa falta de reacción frente al avance de la derecha que primero es un discurso que una acción”.

Para Alejandro Ippólito, este escenario da lugar a la aparición de esta especie de personaje: “una figura grotesca y alarmante como la de Javier Milei solo puede emerger en un espacio que se ha vaciado de contenido válido, de respuestas concretas y de educación política”.

En este sentido, “la pregnancia de las proclamas facilistas, basadas más en un eslogan demagogo que en la profundidad de un desarrollo razonable, se da en quien tiene espacio libre y dispuesto en su subjetividad, que no puede filtrar los mensajes en base a tamizar el absurdo en contraste con ideas sólidas y memoria del pasado reciente”, expone.

Y argumenta que “es una lógica del absurdo que se sostiene dentro de la dinámica de la convergencia digital y de seres totalmente mediatizados que anteponen una pantalla frente a toda experiencia posible. El ecosistema digital nos ha adiestrado en la respuesta veloz y nos ha invitado a descartar la razón frente a las posibilidades inmediatas de la emoción, reaccionamos mucho más frecuentemente de lo que razonamos. Estamos en una sociedad del atajo, del camino corto que no llega a ningún lado pero está mejor pavimentado que los caminos de ripio que suponen los procesos dialécticos más complejos”.

El show “ha reemplazado a la discusión política”

Primero fueron los jóvenes los que más identificación tuvieron con este personaje que hoy es candidato a la presidencia de la Nación. Pero el escenario fue más allá de una cuestión generacional. Esa rebeldía que lo hizo trascender atrapó a poco más de 7 millones de argentinos que dieron su voto a esta propuesta tan rebelde que plantea erradicar todo; hasta el pueblo, sus derechos e instituciones; en una especie de show donde conjuga las características más exacerbadas de su personalidad.

En esta línea, el coordinador de la carrera de Periodismo e Investigador del Observatorio de Medios de la Facultad de Ciencias Sociales de nuestra ciudad analiza que “una importante cantidad de jóvenes encuentran en un personaje mejores propuestas que en las personas, no importa lo que se dice sino la escenografía donde se dice y los ademanes desquiciados. El show ha reemplazado a la discusión política desde los años 90 y ese fenómeno ha ido creciendo de manera exponencial y preocupante hasta llegar a estos días en que celebramos 40 años de democracia con propuestas demenciales, promesas de ajuste y represión y con añoranzas dictatoriales y defensa obscena de los genocidas”.

Ippólito sostiene que “el concepto de casta selectiva que enarbola el líder del movimiento autoproclamado ‘libertario’ es una clara expresión de lo que representa la mirada miope de una sociedad desorientada y agobiada que confunde el enemigo o, por lo menos tiene una mirada sesgada y parcial de quienes la perjudican”.

En esta línea, “la valoración de casta sobre el sector político por parte de un candidato que pertenece él mismo a ese sector en tanto legislador y candidato a presidente, deja por fuera intencionalmente a las verdaderas castas nacionales: la casta judicial, la casta terrateniente, la casta empresaria, la casta mediática y la casta especulativa, entre otras. Para el candidato en cuestión, el pequeño grupo de megaempresas formadoras de precios, que manejan a su antojo el termómetro anímico social, no son una casta. Los fugadores de divisas, los inquilinos felices en paraísos fiscales tampoco lo son, ni los magistrados al servicio del poder financiero que persiguen y proscriben opositores. Tampoco parecen ser una casta los medios dominantes que permanentemente a lo largo de su historia han operado en contra de los intereses populares y han celebrado procesos dictatoriales con júbilo”.

Lo peligroso de este contexto es “cuando los intereses privados se transforman en agenda pública opera un fenómeno de transferencia en base a una expectativa de pertenencia imaginaria. El sujeto asalariado, el obrero común y llano que supone que un cartel de adhesión a una empresa como Vicentín por ejemplo, lo acerca al Olimpo del poder y coloca en una posición de superación moral, participa de un espejismo que terminará por llenarle la boca de arena cuando intente calmar su sed de pertenencia”.

Un cambio que “debe ser social”

Creo también que hay una disociación bastante común en un importante sector de la sociedad entre el acto eleccionario y la cotidianeidad. Parece ser que las decisiones que tomamos en el terreno político no se emparentan con las consecuencias que sufrimos luego en nuestra economía, en la educación, en la salud o el trabajo. Se vota irresponsablemente porque se vive irresponsablemente, se opina irresponsablemente y se reacciona en sintonía con esa irresponsabilidad”, analiza Alejandro Ippólito.

Y plantea que “los medios hegemónicos han posicionado, otorgándoles entidad y mucho tiempo de exposición a personajes nefastos artífices de capítulos muy oscuros de nuestra historia, no se los cuestiona, no se les repregunta ni se los incomoda. El discurso de esos referentes está mejor posicionado en el insulto al contrincante que en las fortalezas propias que suelen ser pocas o ninguna. Apuestan a la desmemoria social y a la anestesia mediática. Hoy vemos las consecuencias de ese proceso, meticulosamente diseñado por intereses extranjeros sobre nuestro territorio y recursos naturales que ven en un posible triunfo de un gobierno popular un escollo para satisfacer sus aspiraciones de saqueo”.

Entonces, propone que es necesario y urgente también “recuperar el espacio cedido, hay que fortalecer la formación política, hay que trabajar fuertemente la comunicación social y la participación popular para reconocerse como actor y no como espectador de la realidad, hay que informar para que las decisiones sean racionales y en defensa propia, hay que limpiar el espejo público para que nadie distorsione nuestra propia imagen haciéndonos creer que somos otra cosa distinta a la que en verdad somos”.

Para el investigador, “no es tarde todavía, los modelos son dos y muy claros y opuestos, el enojo no es buen consejero a la hora de elegir cuestiones que nos afectan directamente, el odio es mucho peor”.

Concluye en que “de nada sirve hablar en espacios cerrados, agotar el tiempo en diagnósticos que no resuelven el problema de fondo. El cambio no es político o al menos no es solo político, debe ser social, las bases son las que condicionan la estructura. Las próximas elecciones nos definen como pueblo y veremos si prima la razón o la locura”.

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