El politólogo olavarriense Andrés Malamud aseguró en declaraciones televisivas que “el peronismo va a desaparecer antes de que lo descubramos”, una frase que condensa su hipótesis central: el movimiento creado por Juan Domingo Perón habría entrado en una etapa de agotamiento estructural.
Según el analista, este proceso se vio acelerado por la radicalización interna impulsada durante los últimos años por la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner, que transformó al peronismo en un espacio ideológico cada vez más rígido y menos capaz de representar a mayorías sociales diversas.
Para Malamud, el peronismo fue a lo largo de su historia muchas cosas a la vez: un partido obrero, un movimiento nacional, una maquinaria electoral y una extensa coalición territorial que articulaba sindicatos, gobernadores, organizaciones sociales y sectores empresariales. Sin embargo, adviertió que hoy ya no cumple de manera consistente ninguna de esas funciones. Por eso sostuvo que el fenómeno peronista “se está agotando antes de que alcancemos a describirlo”, una forma de indicar que la identidad justicialista se habría vaciado antes de ser comprendida en su totalidad.
Durante décadas, la política argentina se organizó alrededor de la grieta “peronismo/antiperonismo”. Era la división fundacional que explicaba alineamientos, conflictos y lealtades. Pero, según Malamud, ese clivaje perdió capacidad explicativa en un país atravesado por nuevas emociones políticas. El antiperonismo ya no ordena la vida pública; tampoco lo hace el antiprogresismo. En su lugar emerge una identidad dominante en la era Milei: el anticasta, una pulsión negativa que rechaza al sistema político en su conjunto y que el actual presidente canaliza con fuerza, épica y un nivel de intensidad emocional que —según el politólogo— el peronismo ya no puede igualar.
En el análisis de Malamud, "el movimiento fundado por Perón dejó de ser el eje de la vida política argentina". Ya no actúa como la gran maquinaria que articulaba conflictos y producía identidad. Hoy aparece como un actor más, desorientado y carente de narrativa, mientras que el mileísmo ocupa el lugar simbólico que alguna vez supo tener: el de la rebeldía, la ruptura y la novedad.
Malamud describe a Javier Milei como “un rockstar”, un líder que moviliza emociones primarias y que expresa, incluso con alegría, un rechazo profundo al orden político tradicional. Ese magnetismo —combinado con el discurso antiestablishment— lo posiciona como la encarnación de una energía política que el peronismo dejó de producir hace años. Este desplazamiento emocional, advierte el politólogo, podría marcar el inicio de un proceso irreversible: la pérdida de centralidad del peronismo como identidad movilizadora, y en última instancia, su desaparición como fuerza relevante en la escena pública.
Malamud no imagina un final abrupto ni un derrumbe electoral inmediato. Su concepto es otro: la desaparición por desuso. Un proceso lento, gradual, parecido al que atravesó el radicalismo tras la caída del gobierno de Fernando de la Rúa, cuando la UCR dejó de ser el actor ordenador del sistema político y se convirtió en una fuerza secundaria. En esa línea, la hipótesis del politólogo es que "el peronismo podría avanzar hacia una irrelevancia progresiva, no por un golpe externo, sino por la pérdida de su capacidad de interpretar a la sociedad argentina contemporánea".