viernes 19 de abril de 2024 - Edición Nº569

Tendencias | 1 oct 2022

HISTORIAS

El día que una tormenta sobre Azul arrancó el ala de un avión de Aerolíneas Argentinas

Sucedió el 19 de julio de 1961. El aeroplano, un Douglas DC-6, se estrelló sobre un campo. Murieron 67 personas. Es el peor accidente en la historia de la aerolínea de bandera.


Los habitantes de Azul que compraron el diario la mañana del 20 de julio de 1961 vieron el título en enormes caracteres que rezaba “ESPANTOSA CATÁSTROFE” pero no se asombraron. Todo el día anterior habían estado conmovidos por la mayor tragedia que afectó a un vuelo de Aerolíneas Argentinas en toda su historia: un DC-6 perdió un ala al intentar cruzar una tormenta y cayó a tierra, tras lo cual fallecieron 67 personas entre pasajeros y tripulantes. Las tareas de rescate en el campo “La María Eugenia” fueron desesperantes, bajo la incesante lluvia y un viento huracanado. El horror del avión tragado por la tormenta no se disipó durante mucho tiempo.

Todo comenzó un día antes. El vuelo AR644 tenía que despegar desde Ezeiza para viajar hasta Comodoro Rivadavia pero las malas condiciones meteorológicas obligaron a suspenderlo para el 19 y con el mismo horario. Se trataba del avión matrícula LV-ADW, uno de los cuatro Douglas DC-6 que aún operaba Aerolíneas Argentinas para vuelos de cabotaje, con una capacidad de 62 pasajeros.

El DC-6 se preparó para despegar el miércoles, pese a que las condiciones del clima seguían siendo pésimas. Estaban vendidos todos los tickets, pero por esas cosas “del destino” y que solo se aprecian después de los hechos, dos pasajeros no se presentaron al momento del embarque. En El Tiempo de Azul se lee que “el suboficial del Ejército, el sargento Scaldaferro, tenía pasaje para viajar en el Douglas de la catástrofe, y a último momento no pudo viajar y devolvió el pasaje en Aerolíneas Argentinas. Éste no le fue aceptado, de manera que perdió el dinero… pero no la vida”.

Según cuenta Claudio Caputti en un foro dedicado a la aviación, los partes meteorológicos “indicaban la presencia sobre la provincia de Buenos Aires de un frente cálido, inestable, con techos de 100 a 200 metros, niebla, formaciones de stratus bajos, cumulus y posibles cumulus nimbus, con chaparrones aislados, actividad eléctrica y turbulencia de moderada a severa entre Ezeiza y Las Flores”.

En buen criollo, era un tiempo horrible para volar.

¿Por qué salió el DC-6, entonces? Aparentemente, el despachante autorizó la salida presionado por no volver a cancelar el vuelo tal como había sucedido el día anterior.

Despegue normal

El avión salió del aeropuerto de Ezeiza a las 7.31 con siete tripulantes: el capitán Germán Sorensen, el copiloto Hans Curt Freiwald, el radio operador y navegante Ernesto Santiago, el mecánico José María Tales, dos azafatas y un comisario de a bordo. El despegue se efectuó en forma normal, con un peso de 38.682 kilogramos, dentro de los límites permisibles según el informe final del siniestro. El plan de vuelo indicaba que dadas las condiciones del tiempo, se volaría por instrumentos (IFR) utilizando la aerovía Amarilla 45: “Se preveían puntos de notificación sobre Lobos, Azul, Bahía Blanca, San Antonio, Trelew y Comodoro Rivadavia como destino final, habiéndose fijado una altitud de vuelo de 4.800 metros a partir de Azul”.

En el informe se lee que desde el avión reportaron hallarse sobre Lobos a las 7.42. Ocho minutos después avisaron que estaban sobrevolando Gorchs, en el partido de General Belgrano. Su altura era de 3.400 metros y se suponía que minutos después al llegar a Azul iban a ascender a 4.800. Sin embargo, esa fue su última notificación.

En ese momento el DC-6 se acercaba a una zona de cielo totalmente cubierto. Había baja visibilidad, lluvia y turbulencias. La mayor actividad estaba hacia los 4.500 metros, justo la altura a la que se hallaba el avión. No obstante, hacia allí se dirigieron.

Dentro de la tormenta

Según las conclusiones a las que llegaron más tarde los peritos, el avión comenzó a sacudirse y recibir abundante lluvia y descargas eléctricas. El avión intentó cambiar de altitud para evitar la tormenta y hay registros periodísticos que indican que desde la cabina intentaron comunicarse con Azul pero la actividad eléctrica lo impidió.

A las ocho de la mañana el DC-6 fue golpeado por una tremenda corriente de aire ascendente que impactó sobre su ala derecha y prácticamente la arrancó. Los fragmentos chocaron contra la cola del avión, que quedó destrozada. Ya sin control, el avión cayó en picada sobre el campo “La María Eugenia”, entre las estaciones de Pardo y Miramonte, en el partido de Azul. En El Tiempo se agregó que “el gigantesco cuatrimotor cayó en el campo propiedad del señor Carlos Texidor”.

En el periódico también se cita a un testigo presencial, que “asegura haber visto perfectamente cuando el avión se partió en el aire alcanzado por un rayo o una fulminante descarga eléctrica”, hipótesis que luego se descartó como causa del desastre.

El aviso del accidente fue comunicado por un radioaficionado. Los cuerpos de los 67 desgraciados ocupantes del vuelo AR644 se hallaron dentro de un diámetro de unos 300 metros del punto de impacto, mientras que fragmentos del avión llegaron a aparecer hasta a tres kilómetros de distancia.

Barro y lluvia

En esos momentos un DC-3 de carga se encontraba en las proximidades del lugar del siniestro y le fue requerida la asistencia para poder determinar con precisión el lugar del accidente. Las tareas de rescate se vieron dificultadas por lo anegadizo del terreno y las lluvias. La asistencia aérea resultó imposible y los cuerpos fueron sacados por tierra, en vehículos arrastrados por tractores. Más tarde los restos serían enviados a la Capital Federal en trenes y camiones.

En el país se recordaba una tragedia similar ocurrida solo cuatro años antes –el 8 diciembre de 1957-y también en la provincia de Buenos Aires, cuando un DC-4 que volaba hacia Bariloche cayó cerca de Bolívar y perecieron sus 61 ocupantes. En este caso también habían querido atravesar un frente de tormenta.

Ambos siniestros, el de Azul y el de Bolívar, fueron tomados como ejemplo para que desde entonces se comenzaran a instalar radares meteorológicos en todas las aeronaves comerciales. Siguió habiendo accidentes causados por tormentas, pero al menos ahora los pilotos saben qué hay dentro de ellas. (DIB)

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